A finales de 2025, una noticia sobre ByteDance planeando gastar una suma millonaria en la compra de decenas de miles de chips AI de gama alta de Nvidia se convirtió en el centro de atención en el mundo tecnológico. La perspectiva mediática se centró en la narrativa de la lucha por el capital y la geopolítica, sin embargo, detrás de esta orden de compra valorada en miles de millones, se oculta un desafío de ingeniería aún mayor y más complejo: convertir estos chips en una potencia de cálculo usable, eficiente y estable, mucho más difícil que simplemente adquirirlos. Cuando la cantidad de chips pasa de unos cientos en laboratorio a decenas de miles a nivel industrial, la complejidad del diseño del sistema no crece de forma lineal, sino que experimenta una transformación cualitativa. La capacidad de cálculo en punto flotante de un solo GPU ya no es el cuello de botella; cómo lograr una comunicación ultrarrápida entre chips, cómo suministrar datos de entrenamiento en milisegundos, cómo distribuir y enfriar eficientemente la enorme cantidad de energía, cómo gestionar de manera inteligente miles de tareas de cálculo, todos estos problemas a nivel de sistema conforman un abismo de ingeniería que se interpone entre el hardware bruto y la productividad de la IA.
Este artículo atravesará la niebla de la narrativa de capital y se adentrará directamente en el corazón de la ingeniería que construye clústeres de GPU Vankka. No nos centraremos en qué tipo de chips compran las empresas, sino en cómo estos chips son organizados, conectados y gestionados para formar un todo orgánico. Desde la interconexión hardware que determina el límite de rendimiento en los racks de servidores, hasta el cerebro de software que coordina todo en un centro de datos a escala, y la arquitectura resiliente diseñada de antemano para hacer frente a la incertidumbre en la cadena de suministro, esto revela que en la segunda mitad de la competencia por la IA, su núcleo ha cambiado silenciosamente de la innovación algorítmica a un control absoluto sobre la infraestructura subyacente.
Red y almacenamiento: el techo invisible del rendimiento
En el clúster de Vankka, el rendimiento máximo de un solo GPU es solo un valor teórico; su producción real está completamente limitada por la velocidad con la que recibe instrucciones y datos. Por lo tanto, la interconexión de red y los sistemas de almacenamiento constituyen el techo invisible más crítico del sistema completo. A nivel de red, Ethernet simple ya no satisface las necesidades; es necesario emplear redes InfiniBand o NVLink dedicadas, de alta banda y baja latencia. La primera decisión clave para los ingenieros es la elección de la topología de red: ¿usar una topología de árbol grueso tradicional para garantizar un ancho de banda uniforme entre cualquier par de nodos, o una topología Dragonfly+ más rentable pero que puede presentar bloqueos en ciertos patrones de comunicación? Esta elección afectará directamente la eficiencia de la sincronización de gradientes en entrenamiento distribuido a gran escala, y por tanto, la velocidad de iteración del modelo.
Junto con la red, surge el desafío del almacenamiento. Entrenar un gran modelo de lenguaje puede requerir leer cientos de TB o incluso PB de datos. Si la velocidad de I/O del almacenamiento no puede seguir el ritmo del consumo del GPU, la mayoría de los chips costosos quedarán en estado de hambre y espera. Por ello, el sistema de almacenamiento debe diseñarse como un sistema de archivos distribuido y paralelo soportado por arrays de memoria flash, y mediante tecnología RDMA permitir que los GPU comuniquen directamente con los nodos de almacenamiento, evitando la sobrecarga del CPU y del sistema operativo, logrando acceso directo a la memoria de los datos. Además, se necesita configurar en los nodos de cálculo una gran cantidad de cachés locales de alta velocidad, mediante algoritmos inteligentes de prefetching, para cargar anticipadamente los datos que se usarán desde el almacenamiento central a discos NVMe locales, formando una línea de suministro de datos en tres niveles: almacenamiento central, caché local y memoria del GPU, asegurando que las unidades de cálculo permanezcan saturadas. La colaboración entre red y almacenamiento busca que el flujo de datos sea como la sangre, con suficiente presión y velocidad, alimentando continuamente cada unidad de cálculo.
Programación y orquestación: el cerebro de software del clúster
El hardware conforma el cuerpo del clúster, mientras que el sistema de programación y orquestación le otorga alma e inteligencia, funcionando como su cerebro de software. Cuando decenas de miles de GPU y recursos asociados como CPU y memoria se agrupan en un pool, la tarea de distribuir de manera eficiente, justa y confiable miles de tareas de entrenamiento e inferencia de diferentes tamaños y prioridades se convierte en un problema de optimización combinatoria sumamente complejo. Kubernetes de código abierto, con su potente capacidad de orquestación de contenedores, es la base, pero para gestionar de forma fina recursos heterogéneos como GPU, se requiere complementar con componentes extendidos como NVIDIA DGX Cloud Stack o KubeFlow. El algoritmo central del planificador debe considerar restricciones multidimensionales: no solo la cantidad de GPU, sino también el tamaño de la memoria de GPU, núcleos de CPU, capacidad de memoria del sistema, e incluso requisitos específicos de ancho de banda de red o afinidad topológica.
El desafío aún mayor es la tolerancia a fallos y la escalabilidad resiliente. En un sistema compuesto por decenas de miles de componentes, las fallas de hardware son la norma, no la excepción. El sistema de planificación debe monitorear en tiempo real el estado de los nodos, y cuando detecte errores en GPU o caídas de nodos, debe poder expulsar automáticamente las tareas afectadas y replanificarlas en nodos sanos, reanudando el entrenamiento desde el punto de interrupción, de forma transparente para el usuario. Además, ante picos de tráfico de inferencia, el sistema debe poder, según la estrategia, “robar” recursos GPU del pool de entrenamiento, escalar rápidamente los servicios de inferencia y liberarlos cuando el flujo disminuya. La inteligencia de este cerebro de software, que decide en tiempo real, determina directamente la eficiencia global del clúster, siendo clave para convertir la inversión millonaria en productividad efectiva de la IA. Su valor es comparable al rendimiento del chip mismo.
Resiliencia y sostenibilidad: arquitectura para la incertidumbre
En un contexto de regulación tecnológica y volatilidad geopolítica, la arquitectura del clúster de Vankka debe incorporar un ADN de “resiliencia”. Esto significa que la infraestructura no debe diseñarse como una estructura frágil dependiente de un único proveedor, región o stack tecnológico, sino que debe tener la capacidad de evolucionar y resistir riesgos bajo restricciones. En primer lugar, en el nivel de hardware, se busca diversificación. Aunque se persiga el máximo rendimiento, la arquitectura debe considerar tarjetas de cálculo de diferentes fabricantes, mediante capas de abstracción que encapsulen las diferencias, de modo que las aplicaciones superiores no tengan que percibir cambios en el hardware subyacente. Esto requiere que los frameworks y runtimes tengan buena abstracción y portabilidad.
En segundo lugar, la extensión lógica hacia arquitecturas multicloud y híbridas. La capacidad de computación más estratégica puede estar en centros de datos propios, pero el diseño debe permitir que cargas de trabajo no críticas o de emergencia puedan ejecutarse sin problemas en la nube pública. Mediante imágenes de contenedores unificadas y orquestación basada en políticas, se puede construir una “malla de computación” lógica y dispersa físicamente. Además, se debe adoptar un diseño de pila de software agnóstico, siguiendo estándares open source para frameworks y formatos de modelos, evitando un acoplamiento profundo con ecosistemas cerrados. Esto implica adoptar frameworks abiertos como PyTorch y formatos de modelos abiertos como ONNX, para que los modelos entrenados puedan migrar y ejecutarse libremente en diferentes entornos de hardware y software. Finalmente, una plataforma de computación con estrategia de resiliencia no solo mide su rendimiento en picos, sino también su capacidad para mantener la continuidad en la investigación y el servicio ante cambios en el entorno externo. Esa resiliencia es un activo de valor a largo plazo, más allá del rendimiento puntual de un chip.
De la capacidad de cálculo al pilar inteligente
El recorrido para construir un clúster de GPU Vankka revela claramente que la competencia moderna en IA ha profundizado. Ya no se trata solo de innovación algorítmica o escala de datos, sino de convertir vastos recursos heterogéneos en una capacidad estable, eficiente y resiliente para servicios inteligentes, mediante ingeniería de sistemas sumamente compleja. Este proceso lleva la ingeniería de hardware, la ciencia de redes, los sistemas distribuidos y la ingeniería de software a la vanguardia de la integración.
Por tanto, el valor de un clúster de Vankka va mucho más allá del coste de adquisición, representando un activo inteligente, vivo, en el núcleo de la infraestructura digital de un país o empresa. Su arquitectura define la velocidad de iteración en I+D, la escala de los servicios desplegados y la capacidad de mantener la ventaja tecnológica en entornos turbulentos. Cuando se observa la carrera por la potencia de cálculo desde esta perspectiva de ingeniería de sistemas, se comprende que la verdadera ventaja estratégica no proviene de acumular chips en un almacén, sino de las decisiones tecnológicas cuidadosamente pensadas en los planos de interconexión, programación y resiliencia. Estas decisiones, en última instancia, tejen los fríos cristales de silicio en una base sólida que soporta el futuro inteligente.
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La potencia de cálculo como estrategia: análisis de los desafíos de la infraestructura de AI detrás del clúster de GPU de 万卡
A finales de 2025, una noticia sobre ByteDance planeando gastar una suma millonaria en la compra de decenas de miles de chips AI de gama alta de Nvidia se convirtió en el centro de atención en el mundo tecnológico. La perspectiva mediática se centró en la narrativa de la lucha por el capital y la geopolítica, sin embargo, detrás de esta orden de compra valorada en miles de millones, se oculta un desafío de ingeniería aún mayor y más complejo: convertir estos chips en una potencia de cálculo usable, eficiente y estable, mucho más difícil que simplemente adquirirlos. Cuando la cantidad de chips pasa de unos cientos en laboratorio a decenas de miles a nivel industrial, la complejidad del diseño del sistema no crece de forma lineal, sino que experimenta una transformación cualitativa. La capacidad de cálculo en punto flotante de un solo GPU ya no es el cuello de botella; cómo lograr una comunicación ultrarrápida entre chips, cómo suministrar datos de entrenamiento en milisegundos, cómo distribuir y enfriar eficientemente la enorme cantidad de energía, cómo gestionar de manera inteligente miles de tareas de cálculo, todos estos problemas a nivel de sistema conforman un abismo de ingeniería que se interpone entre el hardware bruto y la productividad de la IA.
Este artículo atravesará la niebla de la narrativa de capital y se adentrará directamente en el corazón de la ingeniería que construye clústeres de GPU Vankka. No nos centraremos en qué tipo de chips compran las empresas, sino en cómo estos chips son organizados, conectados y gestionados para formar un todo orgánico. Desde la interconexión hardware que determina el límite de rendimiento en los racks de servidores, hasta el cerebro de software que coordina todo en un centro de datos a escala, y la arquitectura resiliente diseñada de antemano para hacer frente a la incertidumbre en la cadena de suministro, esto revela que en la segunda mitad de la competencia por la IA, su núcleo ha cambiado silenciosamente de la innovación algorítmica a un control absoluto sobre la infraestructura subyacente.
Red y almacenamiento: el techo invisible del rendimiento
En el clúster de Vankka, el rendimiento máximo de un solo GPU es solo un valor teórico; su producción real está completamente limitada por la velocidad con la que recibe instrucciones y datos. Por lo tanto, la interconexión de red y los sistemas de almacenamiento constituyen el techo invisible más crítico del sistema completo. A nivel de red, Ethernet simple ya no satisface las necesidades; es necesario emplear redes InfiniBand o NVLink dedicadas, de alta banda y baja latencia. La primera decisión clave para los ingenieros es la elección de la topología de red: ¿usar una topología de árbol grueso tradicional para garantizar un ancho de banda uniforme entre cualquier par de nodos, o una topología Dragonfly+ más rentable pero que puede presentar bloqueos en ciertos patrones de comunicación? Esta elección afectará directamente la eficiencia de la sincronización de gradientes en entrenamiento distribuido a gran escala, y por tanto, la velocidad de iteración del modelo.
Junto con la red, surge el desafío del almacenamiento. Entrenar un gran modelo de lenguaje puede requerir leer cientos de TB o incluso PB de datos. Si la velocidad de I/O del almacenamiento no puede seguir el ritmo del consumo del GPU, la mayoría de los chips costosos quedarán en estado de hambre y espera. Por ello, el sistema de almacenamiento debe diseñarse como un sistema de archivos distribuido y paralelo soportado por arrays de memoria flash, y mediante tecnología RDMA permitir que los GPU comuniquen directamente con los nodos de almacenamiento, evitando la sobrecarga del CPU y del sistema operativo, logrando acceso directo a la memoria de los datos. Además, se necesita configurar en los nodos de cálculo una gran cantidad de cachés locales de alta velocidad, mediante algoritmos inteligentes de prefetching, para cargar anticipadamente los datos que se usarán desde el almacenamiento central a discos NVMe locales, formando una línea de suministro de datos en tres niveles: almacenamiento central, caché local y memoria del GPU, asegurando que las unidades de cálculo permanezcan saturadas. La colaboración entre red y almacenamiento busca que el flujo de datos sea como la sangre, con suficiente presión y velocidad, alimentando continuamente cada unidad de cálculo.
Programación y orquestación: el cerebro de software del clúster
El hardware conforma el cuerpo del clúster, mientras que el sistema de programación y orquestación le otorga alma e inteligencia, funcionando como su cerebro de software. Cuando decenas de miles de GPU y recursos asociados como CPU y memoria se agrupan en un pool, la tarea de distribuir de manera eficiente, justa y confiable miles de tareas de entrenamiento e inferencia de diferentes tamaños y prioridades se convierte en un problema de optimización combinatoria sumamente complejo. Kubernetes de código abierto, con su potente capacidad de orquestación de contenedores, es la base, pero para gestionar de forma fina recursos heterogéneos como GPU, se requiere complementar con componentes extendidos como NVIDIA DGX Cloud Stack o KubeFlow. El algoritmo central del planificador debe considerar restricciones multidimensionales: no solo la cantidad de GPU, sino también el tamaño de la memoria de GPU, núcleos de CPU, capacidad de memoria del sistema, e incluso requisitos específicos de ancho de banda de red o afinidad topológica.
El desafío aún mayor es la tolerancia a fallos y la escalabilidad resiliente. En un sistema compuesto por decenas de miles de componentes, las fallas de hardware son la norma, no la excepción. El sistema de planificación debe monitorear en tiempo real el estado de los nodos, y cuando detecte errores en GPU o caídas de nodos, debe poder expulsar automáticamente las tareas afectadas y replanificarlas en nodos sanos, reanudando el entrenamiento desde el punto de interrupción, de forma transparente para el usuario. Además, ante picos de tráfico de inferencia, el sistema debe poder, según la estrategia, “robar” recursos GPU del pool de entrenamiento, escalar rápidamente los servicios de inferencia y liberarlos cuando el flujo disminuya. La inteligencia de este cerebro de software, que decide en tiempo real, determina directamente la eficiencia global del clúster, siendo clave para convertir la inversión millonaria en productividad efectiva de la IA. Su valor es comparable al rendimiento del chip mismo.
Resiliencia y sostenibilidad: arquitectura para la incertidumbre
En un contexto de regulación tecnológica y volatilidad geopolítica, la arquitectura del clúster de Vankka debe incorporar un ADN de “resiliencia”. Esto significa que la infraestructura no debe diseñarse como una estructura frágil dependiente de un único proveedor, región o stack tecnológico, sino que debe tener la capacidad de evolucionar y resistir riesgos bajo restricciones. En primer lugar, en el nivel de hardware, se busca diversificación. Aunque se persiga el máximo rendimiento, la arquitectura debe considerar tarjetas de cálculo de diferentes fabricantes, mediante capas de abstracción que encapsulen las diferencias, de modo que las aplicaciones superiores no tengan que percibir cambios en el hardware subyacente. Esto requiere que los frameworks y runtimes tengan buena abstracción y portabilidad.
En segundo lugar, la extensión lógica hacia arquitecturas multicloud y híbridas. La capacidad de computación más estratégica puede estar en centros de datos propios, pero el diseño debe permitir que cargas de trabajo no críticas o de emergencia puedan ejecutarse sin problemas en la nube pública. Mediante imágenes de contenedores unificadas y orquestación basada en políticas, se puede construir una “malla de computación” lógica y dispersa físicamente. Además, se debe adoptar un diseño de pila de software agnóstico, siguiendo estándares open source para frameworks y formatos de modelos, evitando un acoplamiento profundo con ecosistemas cerrados. Esto implica adoptar frameworks abiertos como PyTorch y formatos de modelos abiertos como ONNX, para que los modelos entrenados puedan migrar y ejecutarse libremente en diferentes entornos de hardware y software. Finalmente, una plataforma de computación con estrategia de resiliencia no solo mide su rendimiento en picos, sino también su capacidad para mantener la continuidad en la investigación y el servicio ante cambios en el entorno externo. Esa resiliencia es un activo de valor a largo plazo, más allá del rendimiento puntual de un chip.
De la capacidad de cálculo al pilar inteligente
El recorrido para construir un clúster de GPU Vankka revela claramente que la competencia moderna en IA ha profundizado. Ya no se trata solo de innovación algorítmica o escala de datos, sino de convertir vastos recursos heterogéneos en una capacidad estable, eficiente y resiliente para servicios inteligentes, mediante ingeniería de sistemas sumamente compleja. Este proceso lleva la ingeniería de hardware, la ciencia de redes, los sistemas distribuidos y la ingeniería de software a la vanguardia de la integración.
Por tanto, el valor de un clúster de Vankka va mucho más allá del coste de adquisición, representando un activo inteligente, vivo, en el núcleo de la infraestructura digital de un país o empresa. Su arquitectura define la velocidad de iteración en I+D, la escala de los servicios desplegados y la capacidad de mantener la ventaja tecnológica en entornos turbulentos. Cuando se observa la carrera por la potencia de cálculo desde esta perspectiva de ingeniería de sistemas, se comprende que la verdadera ventaja estratégica no proviene de acumular chips en un almacén, sino de las decisiones tecnológicas cuidadosamente pensadas en los planos de interconexión, programación y resiliencia. Estas decisiones, en última instancia, tejen los fríos cristales de silicio en una base sólida que soporta el futuro inteligente.